Por Elsa Peña Nadal:

Me parecía que la casa materna me caería encima, pues mientras bañaba a mi bebecita iba y venia, como buscando sin encontrar, como fiera enjaulada. Tal era mi desesperación e impotencia escuchando las fatídicas noticias en la radio, a las que todos en la familia estaban atentos.

Mis padres sabían cómo llevaba mi duelo desde que quedé viuda, sin quejas ni lágrimas visibles para no hacerles sufrir, y sabian también, cómo esta gran e inevitable tragedia que se avecinaba, me afectaría aún más pues era un nuevo golpe sobre mis sueños libertarios, sobre mis deseos de justicia y donde habrían de perecer companeros de lucha por una causa en común, aunque no militásemos en la misma organización politica. Notaba la tristeza en sus furtivas miradas sobre mi accionar errático. Mamá se hizo cargo de Keskea y yo me senté junto a la radio, pasando, con suma ansiedad, de una a otra emisora.

A solo tres meses y veinte días del asesinato de Homero, una gran tragedia se avecinaba sobre el movimiento revolucionario y todo el pueblo opositor al gobierno títere de Joaquin Balaguer. Tragedia que habría de convertirse en histórica azaña de heroismo y ejemplo sin par.

Amaury y sus tres compañeros–máximos integrantes del grupo denominado Comandos de la Resistencia, llamados tambien Los Palmeros– último reducto de la resistencia armada revolucionaria-, habían sido descubiertos y un enorme contingente militar se había desplazado por aire y tierra hacia el lugar que les servía de refugio. Desde Puerto Rico llegó refuerzo por aire, parecía que iban a una guerra ante varias naciones. Tal era la cobardía del alto mando militar, acorde solo con la certeza del valor que les suponían a sus oponentes, el que estos cuatro jóvenes titanes demostraron tener, con creces, en el fragor del desigual e histórico combate.

La orden del Norte era clara, como claras fueron las que ordenaron los cobardes fusilamientos de Manolo y de Caamaño, del Ché y de tantos valiosos hombres y mujeres en nuestro pais, en toda Latinoamérica y en otras partes del mundo, que se rebelaron ante la opresión y la injusticia de gobiernos dictatoriales, y movidos también por el noble propósito de la toma del poder politico para dar al traste con tantas injusticias y viejas deudas sociales.

Y cuando Amaury lo dijo, todo el pueblo le creyó: él y sus compañeros morirían en combate, caerían peleando de cara al sol y con estrellas en la frente. Pelearían por todos los que no tuvieron la oportunidad de morir con las armas en las manos. Y no se entregarían jamás, pues no creían en las garantías de los sin palabras. Ejemplos había, y muchos, de los cobardes asesinatos de la policía política balaguerista, cometidos contra compañeros de los diferentes grupos de oposición, a plena luz del día, algunos desarmados y sin respetar la presencia de sus familiares. Además, ellos, Los Palmeros, sabían muy bien de dónde provenía la orden primera.

Y yo me lamentaba y en silencio repetía, cómo era posible que no pudiera hacerse algo para salvarles la vida. Y en mi impotencia me preguntaba qué podría haber hecho Homero si viviera para evitarles este triste final a estos muchachos. Nada, en tal situación; me respondía en mi desvarío.
Luego nos enteramos de que el presidente Balaguer se negó a recibir a las comisiones de notables personalidades que solicitaron verle para interceder por la vida de esos cuatro heroicos muchachos; pero que siquiera les escuchara, era imposible de esperarse de un hombre tan servil e insensible como Joaquin Balaguer. Aunque sabemos que, en tal caso, ellos preferían la muerte a la derrota de vivr como prisioneros
Cercados hasta la inanición o usando bombas lacrimógenas, los habrían atrapado con vida. Pero este final, no formaba parte de los planes de ninguna de las dos partes.

Fueron muchas horas, las más largas del día más angustioso por mí vivido hasta ese momento tras haber quedado viuda. Y no me podía imaginar la angustia de sus familiares y compañeros. Se sentía sobre la ciudad la densa bruma y el peso del dolor y la impotencia colectivos, como un manto de frustración y rabia sobre la mayoría de un pueblo desafecto a ese régimen de oprobio.

Y saber que cada minuto que pasaba acercaba la hora final: cuatro jóvenes valientes iban a caer inmolados, luchando su más grande y última batalla en defensa de sus ideales. Ese día, Ulises Arquímides Cerón Polanco, Bienvenido Leal Prandi (La Chuta), Virgilio Perdomo Pérez y el Comandante Amaury Germán Aristy, escribían sus nombres con letras de oro y polvo de estrellas, en la historia de la resistencia revolucionaria a esos 21 años de fatídicos gobiernos Trujillo-balagueristas.

Y yo pensaba en cada una de las madres de esos muchachos, de sus esposas y familiares; cómo estarían afrontando esos cruciales y terribles momentos de tanta angustia, qué podrian estar haciendo, qué podría yo decirles si lograba contactarles.

Ese 12 de enero ha sido para nuestra generación, un día inolvidable que nos marcó a todos. Y muy a pesar de la pérdida de las valiosas e irreemplazables vidas de esos cuatro jóvenes, ese día ha quedado sellado como un hermoso hito de heroicidad y valor, en la historia de la lucha y resistencia del movimiento revolucionario dominicano.

Y fue pensando en la familia de los muchachos que se batían en combate en esos precisos momentos, que recordé de pronto las palabras que poco tiempo atrás me dijera mi entrañable amiga, Sagrada Bujosa– entonces de German Aristy– las que fueron un bálsamo en mi pena, y hasta he querido creer que con esa intención me las mandó a decir Amaury y me las transmitió su valiente compañera: «Elsita, te manda a decir Amaury que eligió como su arma personal, entre las que le mandaste conmigo, la AR-15 de Homero porque tiene suficientes municiones y porque sabe lo que significó para él; que retiró la tela que como protección le puso Homero adentro del cañón y la limpió muy bien».

El recuerdo de aquellas palabras de Sagrada– en ese aciago y crucial momento en que su compañero batallaba por su vida—logró de nuevo aquietar un poco mi angustia. El arma que Homero Hernández arrebatara en Abril al yanqui invasor–pensé– hoy está en las mejores manos.

Elsa Peña Nadal, Florida,11 de enero, 2022.