Por Efraim Castillo

El origen de Norberto James Rawlings lo conocen todos los estudiosos de la literatura dominicana: el cocolismo de San Pedro de Macorís, una zona de extraordinaria riqueza, comparable al sertanejismo brasileño, que se halla esplendente en Joao Guimarães Rosa. La migración cocola hacia San Pedro de Macorís se produjo entre finales del Siglo XIX y comienzos del XX y sus individuos procedían de las islas caribeñas St. Kitts and Navis, St. Thomas, Anguila, Tortola, etc.

Esta procedencia del poeta lo anexa a una zona que ha producido una buena porción de los mejores poetas dominicanos:

Gastón Fernández Deligne (1861-1913),
Virgilio Díaz Ordoñez (1895-1968),
Federico Bermúdez y Ortega (1895-1968),
Francisco Domínguez Charro (1910-1943),
Pedro Mir (1913-2000),
Pedro Andrés Pérez Cabral (1913-1981),
Freddy Gatón Arce (1920-1994),
Víctor Manuel Villegas (1924),
René de Risco Bermúdez (1937-1972),
etc.

Asimismo, esa prodigiosa región también ha sido cuna de grandes atletas, tal vez debido a las presiones emergidas a través de la adaptación de esos desplazamientos interisleños que, sin producir violencia, resultaron traumatizantes en los primeros años de adaptación por el choque idiomático y cultural.

Sin embargo, el cocolismo logró adaptarse a San Pedro de Macorís y transbordó las singularidades de una educación afro-británica a la de una región que comenzó a poblarse, concomitantemente, con individuos originarios de Haití, Italia, Puerto Rico, Siria, Líbano, Alemania y Palestina.

No hay duda de que debido a esto en el poema Los inmigrantes, de James, acontece una categorización en el texto que se asienta en la sociología literaria, en tanto apéndice de la cultural, como un símbolo del flujo migratorio nacional conformante de una totalidad:

“No tuvieron tiempo, de niños,
para asir entre sus dedos
los múltiples colores de las mariposas.
Atar en la mirada los paisajes del archipiélago.
Conocer el canto húmedo de los ríos.
No tuvieron tiempo de decir:
‘Esta tierra es nuestra.
Juntaremos colores.
Haremos bandera.
La defenderemos’ ”.

(Primera estrofa de “Los inmigrantes”)

Es por esto que las improntas de esa migración afro-antillana se aprecien intactas en grandes zonas del opúsculo y lo involucren en la continuidad del referido flujo vivencial que deviene en efusión ontológica.