Higüey despertó el 14 de enero con una imagen difícil de olvidar. Mildred Correa, con el rostro marcado por el dolor y la indignación, entró a la fiscalía de la ciudad cargando una bolsa. Dentro, llevaba los restos de su hija, Yeira Hidraivia Encarnación Correa, fallecida hace diez meses en circunstancias que aún no han sido esclarecidas. «No me voy a callar. No voy a parar hasta saber qué le pasó a mi niña», afirmó con determinación ante los presentes.

Su acto de protesta estremeció al país, pero no fue un arrebato sin sentido, sino el resultado de meses de frustración y abandono por parte de las autoridades. La madrugada de ese mismo día, Mildred tomó una mandarria, fue al cementerio y, entre sollozos, rompió la tumba de su hija.

Luego, con la fuerza que solo da el amor de una madre desesperada, sacó los huesos de Yeira. «Fue lo más duro que he hecho en mi vida», confesó entre lágrimas. Un sueño truncado y una muerte rodeada de dudas Yeira tenía solo 16 años y soñaba con convertirse en azafata.

Su madre, siempre apoyándola, la inscribió en cursos de inglés para ayudarla a alcanzar su meta. «Era una niña alegre, amorosa, siempre aprendiendo cosas nuevas», recuerda Mildred, con la voz entrecortada. El 13 de marzo de 2024, todo cambió. Ese día, Yeira salió de su casa para comprar algo en un colmado. Le pidió dinero a su madre y se fue sin saber que jamás regresaría. Mildred se preocupó cuando pasaron varios minutos sin noticias de su hija. La llamó varias veces, pero no obtuvo respuesta. Su angustia creció con cada minuto hasta que, a las 12:50 p.m., un vecino le informó que Yeira estaba en el hospital.

Sin embargo, nadie le dijo la verdad de inmediato: su hija estaba muerta. Cuando llegó al centro de salud, no le permitieron verla. Solo le dijeron que Yeira había fallecido por ahogamiento. Pero para Mildred, esa explicación nunca fue suficiente. Junto a Yeira, esa tarde estaban tres hombres mayores de edad y una amiga. Ninguno ha dado una versión clara de lo que ocurrió. Fueron detenidos por tres días, pero luego fueron liberados sin que la madre tuviera conocimiento de la decisión.

Desde entonces, Mildred ha exigido una investigación más profunda, convencida de que su hija no murió de manera accidental. «Algo pasó y no lo quieren decir», asegura con firmeza. La sensación de abandono por parte de las autoridades no es nueva para ella. En 2019, cuando Yeira tenía solo 11 años, su madre denunció un intento de abuso en su contra. Sin embargo, la fiscalía solo impuso una garantía económica al acusado. «No hubo protección. No hubo justicia», lamenta.

DERECHOS HUMANOS EXIGE RESPUESTA

El caso de Yeira sigue sin respuestas claras. Pero la valentía de Mildred ha sacudido a la opinión pública y ha generado indignación. Daniel de la Cruz Guzmán, presidente provincial de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) en La Altagracia, ha cuestionado la falta de transparencia en el proceso judicial. Según él, el caso ha pasado por diferentes instancias sin una dirección clara. «Me parece que los magistrados no sabían en lo que estaban», dijo, criticando la forma en que se han llevado las investigaciones.

De la Cruz Guzmán también alertó sobre las irregularidades en los interrogatorios, ya que, según la madre de Yeira, no hubo un representante legal que velara por los derechos de la fallecida. Para el dirigente de la CNDH, este es un ejemplo de la deficiencia institucional en el manejo del caso. Mientras tanto, Mildred Correa sigue en pie de lucha.

«Voy a seguir hasta el final», asegura. Su grito de justicia ha estremecido al país, pero la gran pregunta sigue en el aire: ¿Se hará justicia esta vez, o Yeira será solo otro nombre en la lista de casos olvidados?